El 16 de junio de 1955 un grupo de asesinos al mando de aviones de combate de la Aviación Naval provocó el más sangriento ataque contra una población civil en la historia de la República Argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo.

Un hecho en el que murieron al menos 355 hombres, mujeres y niños argentinos y marcó para siempre la historia del país. Semejante atrocidad se realizó con el único objetivo de derrocar al General Juan Domingo Perón de la presidencia, debido a que las clases dominantes se resistían a ceder derechos a los trabajadores en el marco de un proceso de distribución de la riqueza nunca después igualado hasta hoy.

Militares y civiles que odiaban a los trabajadores organizados, deseosos de volver al coloniaje con el que unos pocos se habían enriquecido durante décadas con el sueño de «Argentina granero del mundo», no dudaron en acometer el peor crimen que puede cometer un uniformado: atacar a su propio pueblo.

Ese fue el triste y vergonzoso bautismo de fuego de nuestra aviación militar, en un hecho que nunca había tenido lugar en la historia de la humanidad, ni siquiera en la locura de la 2da. Guerra Mundial, y que sólo se volvió a ver más de cuarenta y cuatro años después durante la desintegración de la ex Yugoslavia.

El ataque fue precedido dos años antes por un atentado en la misma Plaza de Mayo contra una concentración de militantes justicialistas que dejó como resultado 6 muertos y tres días antes la quema de la bandera nacional frente al edificio del Congreso.

Estos acontecimientos fueron el caldo de cultivo para el posterior derrocamiento de Perón, que en una actitud de grandeza y al mismo tiempo de heroísmo, decidió abandonarlo todo para evitar así un inútil derramamiento de sangre entre argentinos.

El odio, la discriminación y la degradación de la política fueron los motores que impulsaron a estos «continuadores por otros medios» de la mal llamada Unión Democrática, que muy poco tenía de ambas cosas, y que solo buscó evitar el acceso a la presidencia de Juan Domingo Perón, apoyado por todos los trabajadores y sus familias y con el destino de cambiar para siempre -y para bien- el destino de los humildes.

Hoy, herederos de esa infamia, se pegotean en alianzas y coaliciones fantasmagóricas, como también en supuestos movimientos de unidad sindical en el que no los une el amor sino el espanto, ya que la historia pasada y reciente ha demostrado infaliblemente que esos proyectos -verdaderas bolsas de gatos- en un momento se hacen “fuertes” criticando al que hace, sin haber hecho ellos nunca nada, pero terminan siempre en el mismo lugar: el fracaso.

«Le prometían todo y no le daban nada. Entonces yo empleé un sistema distinto. No prometer nada y darles todo. En vez de la mentira, decirles la verdad. En vez del engaño, ser leal y sincero y cumplir con todo el mundo».

Juan Domingo Perón

COMISION DIRECTIVA

 

Buenos Aires, 16 de junio de 2015

Bombardeo

Por sitrapren